24 mar 2010

Arrazola, Oaxaca

Foto espontánea de nosotros llegando a Arrazola.

Pasamos un día en Arrazola, pueblo alebrijero media hora al sur de la ciudad de Oaxaca. Aunque su letrero de bienvenida es más bien como de amenaza, la gente que habita ahí resultó ser muy amable y platicadora.

¿Entendido?



En el taller de Pepe Santiago pudimos ver todo el proceso de creación de los alebrijes, figuras fantásticas que no respetan ninguna lógica más que la suya.

Los hombres los tallan en madera de copal y las mujeres están encargadas de pintarlos.


Alebrijes tallados esperando su capa de pintura.




La mascota del alebrijero.



El universo de los alebrijes es vasto y colorido: hay ranas con alas, leopardos con cuernos y antenas y otros seres sacados de la imaginación.




El taller de Pepe Santiago en Arrazola.


Hasta en las tienditas venden alebrijes, junto a las papas y los refrescos.


Es difícil empujar un carrito de paletas a través de un plano holandés.


En otro taller, el de Don Alberto, también vimos, además de los alebrijes, figuras de barro negro y máscaras de jade.

(Y a la señora de Don Alberto.)







Nos fuimos al atardecer porque no había ningún lugar donde pasar la noche, mucho menos nadie de Couchsurfing, así que abordamos un taxi colectivo de regreso a orillas de la ciudad que cuesta siete pesos por persona. Lo curioso es que en el asiento de adelante suben dos personas, así que uno de ellos va como Horacio y pegadito al desconocido en turno.

Finalmente, esa noche terminamos en Ocotlán, ya en ruta hacia la sierra.

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