San José del Pacífico, un pueblo ubicado en lo más alto de la sierra, es padrísimo, pequeñísimo y huele a leña quemada. Ahí la gente va básicamente a dos cosas: a quedarse un par de noches en una de las cabañas que son el 75% del pueblito y tienen vista a la sierra, o en busca de experiencias psicotrópicas comiendo hongos.
Algunas de las cabañas.
Nos hospedamos en la Casa de Doña Catalina (la casa verde de la foto), un refugio para viajeros en el que por 100 pesos tienes derecho a cama y tres comidas al día.
Salió movida, pero nos gusta!
La vista desde el hostal.
La despedida.
La vista desde el hostal.
¡Hasta se veía el arcoiris!
Y un perrimomento.
Más detalles. La puerta del dormitorio.
El tatuaje nuevecito de Andrea. Es un hongo. Con un hada.
Y un perrimomento.
El dormitorio.
Detalle del hostal.
En la puerta del baño del hostal. Cuidemos a la naturaleza, hermano.
Conocimos a varios personajes aquí, como Richard, quien insistía en que compráramos raíz de tepezcohuite para fumar; un gringo loco que tocaba los tambores mientras cantaba “pizza… pizza… más pizza… más pizza”, y dos chicas regias que son la onda, Samantha y Andrea, quienes venían de regreso tras pasar unos días en la playa Zipolite, donde les hicieron un par de tatuajes bastante chidos. Sobra decir que el ambiente en este lugar es relajadísimo. Paz y buena vibra para todos…
Se lo hizo doña Catalina, en Zipolite... por si se les ofrece.